Empleo y enfermedad crónica: el dilema de contarlo o no

Hay una pregunta que seguro que te has hecho más de una vez si padeces una enfermedad crónica: ¿lo oculto en el trabajo o no? Es un dilema que se puede presentar incluso antes de tener un empleo, en la propia entrevista de trabajo y, como todos los dilemas, no es fácil de responder. El contexto es fundamental, lo que en una situación es blanco puede ser negro en otra (o lo que era rosa ser verde, por tener en cuenta aquello de que la vida no es en blanco y negro sino multicolor)
Yo me he visto dos veces en esa tesitura, en ambas opté por caminos opuestos y siempre he tenido la sensación de haberme equivocado en ambos casos.
¿Por qué creo que me equivoqué? Pues no sé, quizás sea solo autocomplacencia para no pensar que no era la candidata idónea para aquellos trabajos,  pero es lo que me dice el cuerpo, la intuición, la reflexión o como queráis llamarlo.

Cuando yo terminé la universidad, en el año 96 (justo un año después de mi trasplante), el tema del empleo no estaba tan complicado como ahora, pero tampoco era ni mucho menos una época boyante. No es que yo pudiera quejarme de nada, estar trasplantada me ponía en una posición mucho más sencilla que estando en diálisis, pero los primeros años de trasplante tampoco fueron fáciles debido a continuos ingresos en el hospital por infecciones, varias litotricias a las que tuve que someterme por cálculos en el riñón y, lógicamente, las frecuentes revisiones médicas. Desde luego no eran las circunstancias más propicias para pasar por alto el tema de mi enfermedad crónica en un contexto laboral y, de hecho, cuando por fin encontré trabajo fue imposible ocultarlo; pero antes de eso ya me había visto ante el dilema de contarlo o no, en dos procesos de selección.
La primera vez fue rellenando un cuestionario para solicitar una de las decenas de plazas que querían cubrir unos famosos grandes almacenes. Ante mi sorpresa una de las muy variopintas preguntas era ¿Ha sido usted operado alguna vez? ¿En qué circunstancias? (o algo parecido) Y allí estaba yo, leyendo con ojos de plato aquella pregunta que no entendía a cuento de qué venía, ni me parecía que fuese legal, pero que ahí estaba. Recuerdo que por unos segundos me quedé pensando ¿qué demonios hago? Tenía que decidir algo sobre lo que no había meditado antes y los 30 minutos que nos habían dado a los solicitantes para completar la encuesta no daban tiempo a la reflexión. Poner que no, se me antojaba una mentira muy descarada y dejarla en blanco me pareció lo mismo que decir que sí, de modo que tache el sí y escribí "trasplante de riñón". Nunca me llamaron para ningún puesto, al parecer mi candidatura no sirvió para ninguno de los muchos perfiles laborales que pretendían cubrir. Otras amigas con currículos muy parecidos al mío sí recibieron la oportunidad de una entrevista personal, así que mi conclusión fue que metí la pata con tanta sinceridad.
La situación opuesta siempre me resultó más dolorosa de asimilar porque pensar que quizás hubiera tenido una oportunidad siendo sincera y que no me atreví es más difícil de aceptar. Me pasé meses comiéndome el coco al respecto. 
Una empresa dedicada a dar cursos de formación buscaba un pedagogo para impartir clases a maestros y debido a que formaba parte de un programa para reducir el desempleo entre los jóvenes buscaban a un recién licenciado sin experiencia. Al llegarles mi curriculum (uno de los cientos que había echado al buzón) me llamaron. Yo no estaba en casa (entonces no se llevaban móviles) y dejaron el recado a mi padre. Si quería optar al puesto debía presentarme a una prueba que ya había sido convocada y que se celebraba justo al día siguiente en Ciudad Real; tras la prueba habría una entrevista personal y ese mismo día se anunciaría quién era elegido de los 9 candidatos que habíamos sido invitados a participar. Y con esa fantástica noticia de una primera entrevista para un puesto acorde con mis estudios mi padre fue a buscarme. ¿A dónde? Pues al hospital, que era donde yo estaba ingresada desde hacía un par de días por una infección que me había provocado más de 40°C de fiebre. La oportunidad era demasiado buena para ignorarla, así que hablamos con el médico y este me dio permiso para que saliera del hospital por la mañana, firmando un alta voluntaria, y volviera a ingresar por la noche. A la mañana siguiente me levanté muy temprano, Ciudad Real está a 200 km de Madrid donde yo estaba. La enfermera me vendó la vía que llevaba en el brazo para los medicamentos; con su mejor voluntad intentó evitarme el nuevo pinchazo que me llevaría por la tarde si me la quitaba del todo. Me puse mi mejor blusa blanca y mi traje chaqueta y mi padre y yo emprendimos rumbo por carretera. A mitad de camino me di cuenta de que la vía se había movido y tuvimos que parar para reforzar el vendaje, pero mi blusa ya tenía una mancha de sangre que ocupaba media manga. Me cubrí con la chaqueta y proseguimos. 
Tal como nos habían explicado comenzamos haciendo una prueba escrita; esta vez no se trataba de un cuestionario con preguntas sui géneris sino de un examen propiamente dicho como los de la universidad. Nos dictaron cinco preguntas sobre didáctica, enseñanza, metodología, etc. y nos dejaron una hora para redactar nuestras respuestas y un montón de folios en blanco. Me sentí cómoda con aquella prueba, por fin se valoraban los conocimientos y eso me daba una gran oportunidad. 
Para la entrevista personal fueron llamándonos uno por uno.
Era uno de esos días de primavera en los que de pronto hace un calor como si fuera pleno verano y sumado a la fiebre y los nervios, cuando entré en el despacho estaba empapada de sudor. Lo primero que hizo el entrevistador tras el saludo fue invitarme a que me quitara la chaqueta porque era un día muy caluroso. Yo se lo agradecí y le dije que no era necesario que estaba bien; debió sonar bastante ridículo teniendo en cuenta que las gotas de sudor me caían sin piedad. No tengo ningún recuerdo sobre qué tipo de preguntas me hizo aunque creo que mis respuestas fueron bastante acertadas, pero lo que sí recuerdo es que hasta en dos ocasiones más me instó a que me quitara la chaqueta insistiéndome en que aquello era una entrevista informal y no debía preocuparme por la indumentaria. Yo solo podía pensar en mi blusa blanca llena de sangre y en que no podía dejar que mis problemas de salud se descubrieran.
Las entrevistas terminaron y nos convocaron dos horas después para anunciar quién había sido elegido. Al llegar nos sentamos todos los candidatos alrededor de una mesa redonda y la misma persona que nos había entrevistado dijo sin más preámbulos el nombre del chico seleccionado. Lógicamente fue una gran decepción no escuchar mi nombre, pero hasta ahí se trataba solo de un puesto para el que yo no había sido la mejor, algo que pasa a diario cuando uno busca empleo. Pero entonces vino la segunda parte, el señor continuó hablando y se dirigió a mí personalmente. Quiero que sepas, dijo, que tu examen  ha sido el mejor con gran diferencia, como de un sobresaliente contra aprobados (esas fueron sus palabras) y que tampoco has contestado mal las preguntas de la entrevista. El puesto por méritos debería ser tuyo, pero se te veía tan nerviosa, tan insegura con el contexto que no podemos contratarte para un trabajo que consiste en dar clases a personas más mayores que tú. 
En aquel momento solo se me ocurrió agradecerle sus palabras, tampoco tenía sentido hacer otra cosa pues ya habían dado un nombre para el puesto y la otra persona ya lo celebraba, pero siempre he estado convencida de que aquel trabajo hubiera podido ser mío si aquel día cuando me ofrecieron por tercera vez quitarme la chaqueta hubiera dicho: Mire voy a ser sincera con usted, no me la quito porque está llena de sangre, porque tengo tantas ganas de conseguir este trabajo y voy a ponerle tanta dedicación que he pedido el alta voluntaria en el hospital por unas horas  y he venido hasta aquí con fiebre y en pleno tratamiento. Sí, se que siendo realista lo más probable es que me hubieran soltado la charla esa de eres la mejor, para luego decirme...pero no podemos contratar para dar clases a alguien que vaya a faltar a menudo por temas médicos. No obstante, siempre he creído que en aquella ocasión también erré la decisión.

Por supuesto estas cosas siempre son subjetivas, pues es imposible saber qué habría ocurrido tomando la opción contraria. En el mundo del "qué pudo ser" todo son conjeturas indemostrables y lo que no tiene sentido es lamentarse de las decisiones tomadas. Lo que sí podemos hacer es reflexionar e intentar aprender de ellas para escoger mejores caminos la próxima vez.

Y vosotros, ¿cómo habéis resuelto este dilema?

Comentarios

  1. Buenas. Yo soy enferma cronica de fibromialgia y la verdad es que se me han presentado 3 ocasiones esa duda y hasta ahora lo he podido sortear sin tener que decirlo. Afortunadamente como dos de los trabajos eran de duracion determinada de unos proyectos y no duraban mucho cada vez que tenia que tener un reposo de 2 dias por una crisis ponía excusas del tipo gastroenteritis....laringitis....torticulis..etc aunque siempre que se han despedido de mi diciendome que era una curranta y que estaban muy contentos conmigo me daban ganas de confesar mi secreto pero...me mordia la lengua y seguía con mi vida. En el trabajo en el que estoy ahora no se cuanto lo podre mantener en secreto pero no me pienso martirizar el dia que lo tenga que decir lo dire y si prescinden de mi por eso pues ellos se lo pierden

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    1. Hola Eila, muchas gracias por compartir tu experiencia. Es bastante habitual el tema que planteas de no atreverse a decirlo incluso aunque uno sea reconocido como un gran currante como tú. Creo que el gran miedo que tenemos todos, y que es bastante real, es que cuando desvelamos la condición de enfermo crónico esta pasa a ser el foco de atención en lugar de serlo nuestro trabajo y la gente percibe más, por ejemplo, el hecho de que has faltado varias veces que la calidad del trabajo que realizas. Espero que te siga yendo estupendamente con tu empleo. Un saludo.

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  2. Entiendo y comparto tu dilema, pero este tema lo conozco también de primera mano y en mi caso siempre he optado por no mencionarlo. En mi ya larga andadura profesional he aprendido que los departamentos de RRHH tienen un doble rasero: por un lado hablan de integración y de conciliación porque es lo que mola, pero por otro está la cruda realidad: que representan a una empresa que necesita cubrir un puesto a tiempo completo. Mi opinión: cuanto menos sepan, mejor.

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    1. Hola Antonio, yo también comparto tu opinión, si se puede evitar el tema mejor. El problema es que hay muchos empleos con horarios no flexibles donde es muy difícil, por ejemplo, llegar tarde un día de cada mes por las analíticas sin dar algún tipo de explicación. Muchas gracias por compartir tu visión. Un saludo.

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