Respeta la salud de los demás, respeta el silencio. #SanidadSINruido

Uno de mis primeros recuerdos realmente nítido de mi infancia es el estruendoso sonido del "cuarto de las lavadoras" cuando cada 15 días acudía al hospital para los análisis de sangre. No me gustaba nada aquel lugar y no, no era por el pinchazo (más bien pinchazos, pues nunca salía a la primera), a pesar de que solo tendría 5 o 6 años, lo que realmente me molestaba era aquel ruido que lo envolvía todo. 
Casi siempre salía mareada de aquel lugar y muy probablemente la razón fuera las más de dos horas que llevaba levantada en ayunas, pero por algún motivo mi mente asoció todas las malas sensaciones de esos momentos con el ruido de aquellas máquinas.

Por supuesto no se trataba del sonido de ninguna lavadora (no penséis que me sacaban sangre en la lavandería :D) sino del laboratorio donde las muestras de sangre eran centrifugadas para separar sus componentes y poder estudiarlas; pero con aquella edad así era como yo llamaba a aquel lugar donde amablemente habían accedido a sacarme la sangre para evitarme el madrugón que habría tenido que darme, teniendo en cuenta que vivía a unas dos horas del hospital y que el horario de extracciones terminaba a las 8:00. 
Hoy en día cuando veo alguna de esas máquinas (y las actuales ya no son tan aparatosas ni ruidosas) me sigue viniendo a la mente el ruido de aquel "cuarto de las lavadoras" de mi infancia. Y es que la mente puede ser muy selectiva.

La "atención selectiva" es el mecanismo por el que nuestro cerebro se centra en determinadas cosas y no en otras, y es muy importante ya que nos permite concentrarnos en lo realmente relevante y tiene una función adaptativa y de supervivencia. Nuestra mente es incapaz de procesar todo el cúmulo de información que le llega de forma constante e ininterrumpida a través de los 5 sentidos, por eso "elige" atender solo aquello que considera relevante; por supuesto esta relevancia depende del contexto y de la situación e intereses concretos de cada persona. Pero la atención selectiva puede a veces focalizarse en algo que no es realmente importante, pero cuya presencia es tan fuerte que hace desviarse el centro de interés. Y el ruido es uno de esos factores que más pueden afectar a nuestra concentración y alterar el ritmo normal de nuestro cuerpo. Es por algo que en los experimentos en psicología suele llamarse "ruido" a cualquier estímulo distractor que interfiera en la tarea requerida, independientemente de que sea sonoro o no. Aunque hoy, por tratarse del día mundial contra el ruido (último miércoles de abril), y en apoyo a la campaña #sanidadSINruido creada por la iniciativa #FFpaciente y la asociación de enfermería comunitaria, voy a centrarme en lo que todos entendemos con esta definición, es decir, un sonido intenso y desagradable.

Pero ¿qué es un sonido intenso y desagradable?
Al margen de definiciones sobre los niveles acústicos adecuados para el ser humano, que la OMS sitúa por debajo de los 75 decibelios (un estudio concluye que en hospitales se puede alcanzar hasta los 80 dB), creo que podemos decir que eso del ruido es algo muy subjetivo. Es evidente que no causará el mismo efecto la mascletá de las fallas de Valencia para aquél que está asistiendo al espectáculo, que para el que está en esos momentos intentando estudiar o trabajar; para los segundos, es  probable que su atención selectiva se encuentre bastante desorientada. Y es que al margen, como dije, de definiciones de diccionario, las circunstancias son fundamentales en nuestra percepción de las cosas. Me vienen a la memoria algunas ocasiones en las que me he quejado porque alguien en el campo estuviese de picnic con la radio del coche encendida y mi hijo me ha dicho "pero mamá, si eso que está sonando es buena música". Mi respuesta siempre es la misma: "Ni aunque fuera la mismísima Pastoral de Beethoven; cuando estás en un espacio público no puedes imponer a los demás tus deseos, tienes que respetar el entorno y a las personas. Imagina que todos fuéramos por la calle con nuestra música favorita sonando" Soy la primera a la que le encanta escuchar música, pero si salgo al campo lo que quiero oír es el canto de los pájaros o el silbar del viento. 

Los que vivimos en la ciudad estamos en cierto modo acostumbrados al ruido constante: motores, cláxones,  obras,... nuestra atención selectiva hace bien su trabajo y ha aprendido a ignorar el molesto sonido de fondo; aunque a veces es imposible no irritarse con ese martillo neumático o esa alarma que ha saltado y nadie viene a silenciar. Y si alguien acostumbrado y en plenas facultades puede desesperarse y desorientarse con el ruido, imaginad una persona enferma, con las defensas bajas, con problemas para dormir, hipersensible a lo que le rodea...

Por eso uno de los lugares donde más necesario es respetar el silencio es en los hospitales, que deberían favorecer el descanso y la relajación de los pacientes, factores que contribuyen de forma importante a la curaciónY si ya es difícil intentar relajarse mientras se es sometida a todas las agresiones que supone un ingreso hospitalario: pruebas, vías, dolor, preocupación,... porqué añadirle el molesto y perturbador ruido.

Antes he hablado de aquel ruido de mí niñez al hacerme los análisis; pero no es el único recuerdo asociado a ruido que tengo del hospital. Puedo recordar los ronquidos de mi compañera de cuarto el mes que pasé en la habitación de aislamiento tras el trasplante; puedo recordar aquella otra vez en que justo en la acera de enfrente había un edificio en obras; recuerdo el barullo de voces de aquellas visitas que inundaba en tropel la habitación desde la mañana hasta la noche, olvidando que aquel era un cuarto compartido y que allí además de su conocido también estaba yo; puedo recordar ese timbre de aviso que me despertaba en plena noche cuando por fin había empezado a dormirme, recuerdo esa televisión del cuarto de enfrente, encendida permanentemente, cuyo sonido escapaba libremente por la puerta abierta y nos obligaba a los demás a cerrar la nuestra,... 

Y aquí es donde viene el quid de la cuestión; todos sabemos que la contaminación acústica está ahí y que muchos ruidos son inevitables, pero... ¿Por qué añadir más ruido al ruido? ¿Por qué no, por el contrario, contribuimos a bajar un poco el volumen de esa molesta banda sonora?

Nadie tiene la culpa de roncar, ni de que haya que arreglar la casa de enfrente, ni de tener que pulsar el timbre de alarma que avisa a la enfermera,... Pero sí se puede evitar molestar con las charlas incesantes a voces, los televisores y radios a todo volumen, los tonos y politonos de los móviles, los efectos sonoros de los videojuegos, la música de los mp3, la bocina del coche,... Es cuestión de bajar el volumen, usar cascos, desconectar sonidos, tener paciencia... es cuestión de pensar en el otro,  es cuestión de RESPETO.

Respeta la salud de los demás, respeta el silencio.   

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