Enfermedad crónica e indefensión aprendida: Cuando creemos saber que nada está en nuestras manos

Para algunas personas la enfermedad crónica puede ser como una cárcel; es indiscutible que hay enfermedades (y  discapacidades) que se asemejan bastante, incluso sería más aproximado decir que son como una  estrecha celda. No obstante, si estás en una cárcel siempre existe la posibilidad de intentar huir o de que tu captor se apiade y te conceda la deseada libertad; y esos sencillos pensamientos pueden ser la clave para (sobre)vivir allí dentro, porque son los que te hacen levantarte cada mañana buscando esa brecha por donde tal vez romper el muro o esa palabra amable que consiga que te abran la oxidada cerradura o que al menos te permita disfrutar momentos agradables entre esas cuatro paredes. Pero ¿qué ocurriría si te convencieses de que hagas lo que hagas, intentes lo que intentes, no lograrás nada porque nada depende de ti? ¿Seguirías buscando cada mañana la forma de escapar de esa cárcel? Si tu respuesta es "no, para qué" ¡Cuidado! Podrías caer en lo que en psicología se denomina indefensión aprendida.

Aunque estés en una jaula nunca dejes de soñar con la libertad
Hablamos de indefensión aprendida cuando la experiencia vivida lleva a "aprender" que no se tiene ningún control sobre lo que sucede. La persona se siente completamente indefensa ante la situación que le desagrada, pues está convencida de que haga lo que haga no podrá evitarla, debido a que en el pasado no logró una solución satisfactoria pese a sus esfuerzos.  Esta indefensión, este sentimiento de impotencia, provoca una gran ansiedad por miedo a que vuelva a repetirse la situación. También generara actitudes de apatía (para qué voy a actuar si no sirve de nada) y puede desencadenar una depresión.

Generalmente se habla de la indefensión aprendida (también conocida como desesperanza aprendida), para llamar la atención sobre la importancia de una educación que promueva la motivación del niño a través de la confianza en sus propias capacidades, en lugar de mermar su autoestima. También se ha empleado en más de una ocasión para explicar porqué muchas mujeres aceptan los malos tratos por parte de su pareja en lugar de escapar de ellos o para entender cómo fue posible que los judíos  se mostraran en apariencia tan pasivos durante el régimen nazi, en lugar de oponer mayor resistencia. Todo ello puede ser más fácilmente comprendido mediante este concepto del que os hablo; pero también tiene un papel relevante en la enfermedad y es de lo que voy a tratar aquí.

La primera persona en describir este fenómeno fue el psicólogo estadounidense Martin Seligman quien, en la época de los 60, lo estudió experimentando con perros. 
Distintos grupos de perros  fueron sometidos a unas descargas eléctricas  que se producían sin motivo alguno, pero que un grupo podía evitar pulsando alguno de los botones que tenía junto a su hocico y de las que el otro grupo no podía librarse (afortunadamente ya no se hacen este tipo de experimentos con perros). Como es lógico al principio ambos grupos hicieron todo lo posible por escapar del estímulo desagradable, los primeros rápidamente aprendieron a pulsar el botón para cesar la corriente, mientras que los otros aprendieron a resignarse. Pero la parte más interesante de este experimento, y a lo que hace referencia el fenómeno de indefensión aprendida, es lo que se observó en la segunda fase. En ella ambos grupos de perros fueron sometidos a una descarga de la que podían escapar muy fácilmente, simplemente saltando al otro lado del compartimento en el que estaban, ya que la mitad del suelo daba corriente y la otra mitad no; además una luz advertía 10 segundos antes de que el suelo se electrificase. Los perros que durante la primera fase del experimento habían tenido la posibilidad de detener la corriente pulsando el botón aprendieron rápidamente a escapar saltando al otro lado, e incluso aprendieron a evitar totalmente el calambre reaccionando en cuanto se encendía la luz de aviso. Por el contrario los perros que antes no habían podido hacer nada, ahora ni si quiera lo intentaban; habían aprendido que el suceso era independiente de sus actos y que nada podían hacer para escapar a lo que les desagradaba y ahora, que sí podían actuar, se limitaban a aceptar apáticos el castigo. 

Este fenómeno es igualmente extrapolable a los seres humanos. Las personas podemos aprender a rendirnos sin siquiera luchar, debido a nuestras experiencias infructuosas del pasado. Esto es algo que puede ocurrir con cierta frecuencia en la enfermedad crónica, especialmente en aquellas incurables que cursan con síntomas incapacitantes y/o con dolor, como la artritis, la ELA o la fibromialgia, enfermedades que se dan con brotes como el lupus o la esclerosis múltiple o aquellas que pueden repuntar o repetirse cuando parecían controladas, como el cáncer,...

La indefensión aprendida trae consigo una serie de consecuencias muy negativas como son la ansiedad y el estrés que produce la falta de control. Ambos está demostrado que pueden tener incidencia directa sobre las enfermedades acentuando ciertos síntomas.
Por otro lado, el pensar que nada está en sus manos, puede llevar al paciente a una falta de compromiso con su salud que se ve reflejada en actitudes como la falta de adherencia a la medicación, el abandono de dietas o descuidar los hábitos saludables.
Las personas que sufren de indefensión aprendida están, además, más predispuestos a observar aquellos acontecimientos incontrolables que confirman su hipótesis y son menos conscientes de aquellas conductas que sí obtienen respuestas positivas. Es decir, tienden a centrarse en sus intentos fallidos e ignorar de forma inconsciente lo que sí les funciona; esto significa que con frecuencia la persona tiene gran dificultad en aprender pautas que le ayuden a sobrellevar ciertos síntomas.
Por supuesto, también se ve mermada la falta de motivación, lo cual reduce el esfuerzo por adaptarse a nuevos estilos de vida, algo fundamental en casi todas las enfermedades y especialmente las degenerativas y/o discapacitantes.
En última instancia,  la indefensión aprendida suele derivar en depresión.

Lo positivo del tema es que, como descubrió también el propio Seligman, todo esto es reversible. La indefensión igual que se aprende se puede desaprender. En el caso de los perros del experimento, se logró obligándoles a llevar a cabo la respuesta de escape, es decir, tirando de ellos mediante una correa hasta la zona segura. Esto en las personas podría traducirse en un apoyo motivacional por parte de médicos, cuidadores y, especialmente, la familia y el entorno cercano, que exigiera cierto esfuerzo por parte del enfermo para hacerle consciente de aquellas cosas que puede hacer para contribuir a su bienestar; lógicamente con ayuda psicológica en los casos necesarios.

A veces la persona no es capaz de ver que tiene la puerta de la jaula abierta, porque está acostumbrada a que siempre estuvo cerrada. La ayuda de otros puede ser fundamental para que descubra que esta vez sí hay una salida y se atreva a alzar el vuelo.


Una de las mejores maneras de no dejarnos arrastrar por las trampas de nuestro cerebro es conocerlas y por eso he querido contaros en qué consiste la indefensión aprendida. Quizás otra buena manera de evitarla sea repetirnos a nosotros mismos que  siempre hay algo que está en nuestras manos, por pequeño que sea. Rendirse, hasta donde yo sé, jamás aportó una solución a algo.
 
Fuente: Aprendizaje. Teoría e investigación contemporáneas. Roger M. Tarpy.  Ed. McGraw Hill (1999) 
Fotos cortesía de Pixabay: Schattenwolf y Alexas_Fotos

Comentarios

  1. Esa horrible sensación de "¿para qué?", si hagas lo que hagas nada va a cambiar. Sobretodo cuando el ánimo está tocado.
    Pero muchas veces podemos hacer algo (por poco que sea) para frenar, no empeorar o simplemente lidiar con lo que tenemos a diario.
    Muy bien explicado.

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    1. Sí, a veces es tan difícil percibir la diferencia entre hacer y no hacer, y tan duro lo primero, que uno corre el peligro de detenerse. Lo malo es cuando afecta también al ámbito de lo que sí está en nuestras manos, aunque solo sea, como dices, lidiar con lo que hay. Gracias por tus comentarios :)

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  2. Hola, muy interesante el blog y esta entrada. Es información útil y me gustaría saber, como familiar directa de una persona con esta enfermedad crónica (mi marido), la mejor manera de actuar con él, cómo puedo sacarlo de este estado de desesperanza aprendida, en el que solo ve la muerte como salida. Yo no me rendiré pero no se cómo ayudarlo. Gracias.

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    1. Hola, lamento mucho tu situación; se trata de un tema muy delicado que es imposible tratar a través de unos simples consejos impersonales. Lo que yo puedo ofrecer en mi blog es solo información general como la que cuento en el artículo; lo que tú necesitas es ayuda especializada de alguien que pueda conoceros personalmente a tu marido y a ti. Te aconsejo que consultes con algún experto; probablemente su médico te pueda decir alguna asociación de enfermos donde te podrán orientar, muchas de ellas tienen su propio psicólogo especialista en estos temas o al menos pueden dirigirte a alguien de confianza. Te deseo mucha fuerza y ánimo.

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