Mi Navidad en diálisis

Qué lejos queda ya aquella Navidad que pasé teniendo que dializarme. Y tengo la inmensa suerte de poder hablar en singular porque solo se trató de una, mi trasplante llegó antes de que llevara un año con este tratamiento. Debo decir que la mayoría de las cosas se me han olvidado; ya no recuerdo, por ejemplo, cómo celebré los típicos festines de estas fechas (que seguro fueron muy distintos a lo habitual dado las fuertes restricciones en cuanto a alimentación que tenemos los enfermos en diálisis) 
Lo que sí recuerdo con cierta nitidez es que aquellas fueron las primeras navidades tristes de mi vida.
 
Después del verano (por aquello de viajar, ya sabéis que adoro viajar), la Navidad es mi época del año favorita. Y no, no es por los regalos, es por el ambiente y por todo aquello que me impulsa a hacer. Me encanta pasear cuando la ciudad se trasforma y las calles se llenan de luces. Disfruto desde que era enana decorando el pino con ayuda de mi familia. Buscar esa receta olvidada durante un año  en el fondo de un cajón y sacar los moldes de campana, abeto, corazón... para preparar esas pastas que lleva todo un día elaborar y después vuelan en un pispas de lo ricas que están y ver a mi hijo con los dedos pringados rebañando el último chocolate del bol. Sacar tiempo para las manualidades, con las que tanto disfruto, con la excusa de preparar tarjetas de felicitación o de enseñar a los niños del cole a hacer estrellas de papel. Cantar esos villancicos que me hacen retroceder a los años en que iba con mis amigos, zambomba en mano, pidiendo el aguinaldo. O escuchar esas otras canciones en inglés, que no entiendo pero que me hacen empezar a bailar y saltar por la casa, y ver como mi hijo enrojece cuando le agarro, pero me sigue la corriente y baila conmigo. Levantarme el día 25 y ver los nervios en su cara, esperando impaciente para abrir los regalos que su tocayo trajo la noche anterior. Sentarme en el sofá, en pijama, acurrucada bajo una manta y ver con los míos el tradicional concierto de año nuevo que se retrasmite en directo desde Viena, una tradición que me inculcó mi padre que ya lo escuchaba por la radio con los suyos cuando era niño. Y ahora que vivo en Alemania, contar los días para que lleguen las vacaciones y, como dice el anuncio de toda la vida, volver a casa por Navidad. Son tantas las cosas que me gustan que es imposible enumerarlas todas.

La vida no solo me ha enseñado que la felicidad está en aprender a disfrutar de las pequeñas cosas, también he aprendido a no renegar de la tristeza, lo cual tampoco significa aceptarla sin más. Estar triste no es abandonar la lucha ni perder la esperanza, la pena puede ser también un acicate para tratar de cambiar una situación que nos disgusta, para buscar nuevas formas de afrontar la vida y, en cualquier caso, es un sentimiento que forma parte de la misma esencia de las personas como la alegría o el miedo. Mi vida está regada sobre todo por sonrisas, pero también por lágrimas, ambas me han hecho crecer como la persona que soy. Y no es mi intención poneros tristes en estos días, pero sé que muchos lo estaréis; estas fechas son propicias para despertar nuestra felicidad cuando la vida nos sonríe, pero también favorecen la melancolía cuando el camino se complica. Por eso quiero compartir con vosotros esta historia, porque sentirse triste de vez en cuando es normal.

Las Navidades para mí siempre fueron sinónimo de alegría; menos en 1994. Aquel año intentaba disfrutar como siempre, pero las lágrimas venían a mis ojos solas y con frecuencia me encerraba en la habitación para que no me vieran y no arruinarles a los demás las fiestas. Recuerdo especialmente doloroso no poder irme tres días de viaje con las compañeras de la universidad porque tenía que asistir a diálisis. También me viene a la memoria un episodio ocurrido la semana antes de que comenzaran las vacaciones. Asistía a una clase en la universidad, recuerdo incluso la asignatura "orientación pedagógica", y sonó un móvil. En aquella época nadie tenía teléfonos móviles, eran grandes, caros, pesados y solo servían para las llamadas; pero yo sí tenía uno, mis padres me lo habían regalado al entrar en la lista de espera para el trasplante. Así que solo podía ser mi teléfono el que sonaba. El corazón me dio un vuelco y me agaché corriendo a coger la mochila que tenía a mis pies, entonces escuché al profesor disculpándose por la interrupción. De pronto perdí el control de mi cuerpo, mis manos empezaron a temblar y un llanto silencioso me empapó la cara. Estaba en primera fila y el profesor se me quedó mirando desconcertado y yo solo acerté a coger mis cosas y salir corriendo del aula. Los sentimientos estaban a flor de piel y cualquier cosa hacía que mis ojos se inundasen de lágrimas. Y lo que más recuerdo de aquella Navidad es haber soñado mil veces, despierta y dormida, que me llamaban del hospital para decirme que tenían un trasplante para mí; como si algo en mi cabeza me dijese que por ser aquellas fechas el sueño debería hacerse realidad. Y aunque no soy religiosa pasé todas las vacaciones creyendo hasta el último momento que aquella ilusión se materializaría cual milagro navideño. Y eso fue en parte lo que me hizo estar triste, porque los días iban pasando y yo cada vez me iba sintiendo más decepcionada con aquellas fiestas que tanto adoraba.
Y sé que aquel año, más que nunca, mi familia y mis amigos estuvieron a mi lado y seguramente hubo regalos y actividades especiales y me atrevería a poner la mano en el fuego de que además de las lágrimas hubo también muchas risas y bailes y villancicos... como siempre. Pero yo no lo recuerdo; solo puedo recordar que fueron las primeras navidades tristes de mi vida.

Comentarios

  1. Me ha encantado cómo lo has contado Esther.
    Me he hecho propósito de no escribir sobre la tristeza en estos días porque como dices, no es que hayas desistido o no haya esperanza. Sé que pasará y no quiero escribir algo sombrío.
    Es parte de nosotros como la alegría, como la salud y la enfermedad son parte de la vida.

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    1. Para mí ha sido más fácil escribirlo ahora que todo pasó y disfruto de nuevo de las navidades a tope. Alegre o melancólica, te deseo una Navidad llena de esperanza :)*

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  2. Me ha encantado Esther. La tristeza es algo que también forma parte de nosotros y no deberíamos ocultarla. Te mando un abrazo enorme y Feliz Navidad!

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  3. Me ha encantado Esther! Feliz Navidad!

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