La primera vez que ingresé en el hospital siendo madre

Mi hijo llegó a este mundo en una casa donde los temas de salud formaban parte del día a día. Para él acompañarme a un análisis de sangre o vernos a su padre y a mí tomar pastillas no era nada fuera de lo común. ¡Ojo, que no estoy diciendo que las medicinas no se guardaran fuera de su alcance! Pero tampoco nos escondíamos para tomarlas. Intentamos desde el principio que entendiera que papá y mamá las necesitaban porque algunas cosillas de nuestros cuerpos no trabajaban bien del todo, pero que si las tomaba alguien a quien no se las hubiese mandado un médico esa persona se pondría muy malita.
Desde el principio supo que algunos días papá estaría más cansado y con menos ganas de jugar y que mamá cogería más catarros de lo habitual porque tenía las defensas bajas.


Por supuesto desde siempre supo que yo tenía un riñón trasplantado y qué es un trasplante, pues este nunca ha sido en casa un tema que lamentar sino todo lo contrario, algo feliz que celebrar cada día.
También le hablé desde muy pequeño y con toda la naturalidad posible de la diálisis y de que un día, seguro que muy lejano, podría necesitarla otra vez y  le expliqué que alguna vez mamá tendría que pasar unos días en el hospital, porque a veces los gérmenes que provocan las enfermedades son muy peleones cuando se encuentran con una persona con las defensas bajas como yo y en esos casos los médicos necesitan darnos la medicación en el hospital para ponernos buenos más rápido.  Yo sabía que en algún momento llegaría ese día y quería que mi hijo estuviera preparado para que no le trajese más angustia de la necesaria.

Y ese día llegó, afortunadamente tardó bastante. La primera vez que me tuvieron que ingresar siendo ya mamá, Noel tenía 7 años. Sufrí una neumonía como consecuencia de coger la famosa gripe A (H1N1) (con el dineral que se gastó la sanidad pública en comprar vacunas y yo voy y me contagio una semana antes de que empezara la campaña de vacunación, cuando ya tenía mi cita y todo) El caso es que después de 4 días de tratamiento en casa la infección se complicó con una neumonía y tuvieron que ingresarme por urgencias.

Ese día no pude ver a mi hijo pero sí hablar con él por teléfono y explicarle que mi catarro se estaba poniendo muy plasta y que los médicos querían darme los medicamentos directamente. No fue difícil porque era una conversación que ya habíamos tenido muchas veces en circunstancias más favorables. Le prometí que al día siguiente vendría a visitarme (mi aspecto no era como para asustar) y le pedí que me hiciera un dibujo para decorar las aburridas paredes de la habitación.

Al día siguiente llegó con el rostro serio, con un aplomo digno de quien sabe mantener las formas, expectante de qué encontraría. Y me encontró enchufada al goteo, entretenida con un libro, sonriendo y deseando abrazarle. Le conté que el goteo eran las medicinas de las que le había hablado, que así llegaban mucho más rápido a su destino y harían que me recuperase antes. La pregunta  ¿cuándo vuelves a casa? fue inevitable. La respuesta sincera pero optimista; no creo que tarde mucho pero aún pasarán unos cuantos días, los médicos tienen que asegurarse de que no quede ningún virus por ahí escondido, para que no vuelvan a aparecer cuando esté en casa.  Después hablamos un buen rato de los dibujos que me había hecho; los recuerdo perfectamente, una cabra con una plantilla que le había regalado la abuela y una flor de narciso (Daffodil lo llamó él por su nombre inglés) que le habían enseñado a dibujar en el colegio. Los pegamos junto a mi cama y cuando entró la enfermera le dije ¿has visto que bonita está ahora la habitación? Ella me siguió el juego y preguntó impresionada por el artista. Cuando llegó la hora de despedirnos acordamos que hablaríamos todos los días por teléfono (el hospital quedaba lejos para ir a diario después del cole) y que me haría más dibujos para la siguiente visita tres días después.

En casa Noel quiso asegurarse de que todo estaba bien, que yo no le engañaba sobre la gravedad y preguntó a su papá, y a sus abuelos cuando tuvo ocasión, incluso preguntó si iba a perder el riñón trasplantado. Ver que los demás le respondían lo mismo que yo le había contado le tranquilizó. Gracias a ello, aquella primera vez en que mi hijo me vio ingresada no supuso ningún trauma ni fueron días terribles. Lógicamente hubo algo de miedo, tristeza y mucha añoranza; pero también hubo mucha ilusión y orgullo sabiendo que lo que él dibujaba por las tardes iba decorando mis paredes y me hacía sentir mejor y sabiendo que todos estábamos muy orgullosos de él por cómo estaba colaborando en casa.

Pronto escribiré un post* como pedagoga y psicóloga hablándoos de las reacciones que pueden aparecer en los niños ante la enfermedad de alguno de los progenitores (ansiedad, culpa, regresiones de edad,...) y cómo actuar. Ahora como madre quiero deciros que si padecéis una enfermedad crónica no viváis ocultándosela a vuestros hijos como si no fuera parte de sus vidas. Tratad de hacedles comprender la situación desde un lenguaje adaptado a su edad. Evitad los dramatismos y la autocompasión, hablad siempre en positivo y con optimismo, pero siendo sinceros. Así estarán mucho mejor preparados para afrontar lo que pueda presentarse en un futuro.

Post relacionados:
*Aquí está el post: Cómo tratar con tus hijos el tema de tu enfermedad
Mi camino hacia la maternidad con un trasplante de riñón

Comentarios

  1. Qué razón que llevas Esther, tenemos que sacar fuerzas de donde no las tenemos, para amortiguar estos momentos a nuestros hijos. No esconder la realidad, pero sí que para ellos sea menos dolorosa.
    A mí mi hijo con 5 años, me preguntó hace un par de meses que qúe era el lupus... Me quedé unos segundos sin palabras (para mí pareció una eternidad), pero luego con palabras adecuadas a su edad, y sin entrar en alarmismos, ni victimismos, le expliqué en qué consistía esta enfermedad.
    Y es que creo que tiene que ser así, que sepan lo que pasa, pero de manera adaptada a su edad. Esconder la realidad a la larga es contraproducente para ellos.

    Un abrazo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Ana, tu experiencia demuestra que los niños son perfectamente conscientes de lo que pasa a su alrededor y tratar de ocultárselo solo hace que se imaginen cosas peores o que crean que no se confía en ellos. Hay que tratar de ponerse a su nivel, ver qué entienden y qué no para no introducir en sus vidas una preocupación innecesaria, pero que sí puedan dar explicación a ciertas cosas que ven en casa. Y ayudarles a que estén preparados para acontecimientos que antes o después es bastante probable que se produzcan, como era en mi caso lo de ingresar en un hospital.
      Muchas gracias por tu comentario, conocer las vivencias de los demás enriquecen mucho el blog.
      Un beso

      Eliminar
  2. :,-D No tengo palabras!
    menuda experiencia, verdad mama.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Cuántas cosas juntos! Y todas maravillosas :D
      TQ

      Eliminar
  3. Mi eterno dilema con los sobrinos. Porque los hijos lo viven día a día, pero a ellos los veos cuatro veces al año. Así que les tapo mucho aunque saben que hay cosas que no puedo hacer, me paso mucho rato tumbada, me canso antes, no soy tan fuerte como sus papás... Ellos aceptan las cosas con más naturalidad que los adultos pero hay cosas que realmente no sé cómo hacérselas llegar.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En estos casos depende lógicamente de la relación, si no es muy habitual lo mejor es que sus padres sean quienes les comenten el tema y lo que pueden esperar/hacer y lo que no cuando van a ver a su tía. Pero como digo eso depende de lo cercana que sea la relación. Personalmente creo que lo mejor es actuar natural y simplemente responder a sus preguntas cuando las planteen adaptando la información a su edad. A veces los cuentos son una gran ayuda para explicar a los niños temas complicados.

      Eliminar
  4. Hola Esther,
    Es bonito lo que cuentas, con la reacción de tu hijo ante el intereso demuestra la buena educación que le habéis dado y como le habéis enseñado la transparencia de vuestras enfermedades.
    El mío aún es muy pequeño,tiene 2 años y medio pero cuando tengo que ponerme la inyección y coincide que aún está despierto, no me escondo y le explico de manera muy simple que lo hago para que mamá esté bien y no se ponga malita, me da pena ahora que lo escribo pero creo que nuestra obligación es demostrarles a ellos que somos fuertes.
    Muy bonitas tus palabras, y esperamos a que nos cuentes trucos sobre como tratarles en situaciones determinadas...
    Un abrazo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por tu comentario. Efectivamente al convivir abiertamente en casa con la enfermedad enseñamos a nuestros hijos que la vida tiene muchas caras, que no hay que temer la realidad sino adaptarse a ella y hacerle frente con optimismo y que las dificultades se pueden superar. La enfermedad no es más que otra faceta de nuestra vida en familia, no es la más importante ni la más destacable ni necesita que pongamos atención especial en ella, pero tampoco hay que negarla.
      Otro abrazo para ti :)

      Eliminar