Crecí oyéndole a mi padre decir que yo no estaba enferma… que tenía una
enfermedad. No sé si lo decía para que me sintiera mejor o porque realmente mi
estado no entraba en su definición de enfermo. Solo sé que crecí como cualquier
otro niño, nunca me sentí diferente.
Supongo que perder clases las mañanas de los lunes para ir al hospital a que me sacaran sangre, tomar un montón de medicamentos, hacer dieta sin sal, estar exenta de gimnasia o no poder acompañar a mi hermano a las clases de natación porque no podía bañarme en agua fría, son indicadores suficientes de que estaba enferma. Sin embargo nunca tuve ese sentimiento porque, gracias a mis padres, todas esas cosas que quizás fueran grandes cosas a los ojos de un niño, nunca fueron más que otra faceta cualquiera de mi vida.
Supongo que perder clases las mañanas de los lunes para ir al hospital a que me sacaran sangre, tomar un montón de medicamentos, hacer dieta sin sal, estar exenta de gimnasia o no poder acompañar a mi hermano a las clases de natación porque no podía bañarme en agua fría, son indicadores suficientes de que estaba enferma. Sin embargo nunca tuve ese sentimiento porque, gracias a mis padres, todas esas cosas que quizás fueran grandes cosas a los ojos de un niño, nunca fueron más que otra faceta cualquiera de mi vida.
¿Estaba enferma? Claro, basta un diagnóstico médico para entrar en esa definición y yo tenía uno: un síndrome nefrítico que estaba dañando mis riñones.
¿Me sentía enferma? No. Y no es que a mí no me doliesen los pinchazos como
a los demás mortales o que no sintiese envidia cuando mi hermano se iba de
campamento y yo me quedaba en casa. Es simplemente que nunca tuve miedo de hacer lo que sí podía hacer. Aprendí a respetar
mis límites pero sin agrandarlos ni autocompadecerme por ellos. Nunca mi fiebre
me pareció peor que la fiebre de mi hermano.
Esa forma de sentirme se la debo totalmente a mis padres. Es la forma de
sentirme que me ha acompañado siempre y que quiero que me siga acompañando el
resto de mis días.
Porque si hay unos
límites mucho peores que los de padecer una enfermedad grave, son los límites
de vivir sintiéndose un enfermo.
Las enfermedades te hacen madurar y te ayudan a darte cuenta de las cosas que realmente importan. Si te las tomas con filosofía disfrutas mucho más de la vida.
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo contigo Antonio. Gracias por el comentario. Espero seguir viendote por aquí.
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